Triste
realidad.
Gabriel
abrió sus ojos muy lentamente. Estaba en alguna habitación, cerca de ningún
lugar, y no tenía memoria de cómo había acabado ahí. Intentó resonar, y
entonces se dio cuenta que no tenía ni recuerdos, ni siquiera memorias de haber
vivido jamás. Un incisivo manto de
obscuridad abrazaba la estancia, y el joven no podía ver ni su propia mano. Se
parecía tanto a la historia de su vida, esa que no recordaba.
Sus
pupilas tardaron un instante de más en acostumbrarse a la negrura, cuando
divisó una densa luz blanca alumbrar desde el fondo. Entonces comprendió que no
estaba en una habitación, era más bien un pasillo, un obscuro pasillo angosto.
Intentó
gritar, pero había olvidado como gesticular una palabra, y estas habían optado
por escapar de su boca en silencio. No sentía sus piernas, pero comenzó a
caminar. Se acercaba con cada paso hacia la luz. El motor que lo empujaba podía
ser la curiosidad, el temor, o la tradición popular de seguir la luz al final
del camino, pero lo que fuese, no podía saberlo, porque no sentía nada. No
sentía nada más que la ansiedad de haber olvidado algo, de haber perdido algo,
pero no recordaba el qué. Intentó tocar las paredes de aquel pasillo pero la
obscuridad se tragaba su mano y un agrio escalofrío le recorría los nervios que
creía muertos.
Con
cada paso aquella luz se tornaba más brillante y lo cegaba el doble. Debía
tapar su vista con su palma para no dañar las últimas gotas de vida que tenía
en los ojos. Estando un poco cerca divisó algo al centro de la luz blanca, era
el contraste de una persona, de pie delante de él. La luz alumbraba a las
espaldas de aquel enigmático sujeto. Entonces fue cuando el temor arropó el alma
del joven y prefirió correr. Necesitó estar más cerca para diferenciar que, la
persona al final de camino, era una mujer. La silueta se le hacía conocida en
su mente y en su corazón, pero no le reconoció. Exprimió cada suspiro de
fuerzas que le quedaba en el alma y apresuró el paso. Fue hasta que mató
suficiente distancia cuando reconoció perfectamente aquella silueta a contraluz…
aquella alma. Se detuvo de golpe de la impresión y su corazón comenzó a brincar
tan fuerte como podría hacerlo. Intentó gritar de nuevo, pero apenas un aullido
escapó de su boca.
-Poli…
-susurró.
Entonces
la memoria, los recuerdos y el sentimiento le llegaron de golpe. La muchacha,
sonriente hasta el final, extendió su brazo derecho con la intención de
entrelazar sus manos, como lo habían hecho ya con sus almas. Gabriel comenzó a
andar a paso lento. Estaba nervioso, aturdido y contrariado. Sonreía y sus ojos
gritaban lágrimas de felicidad. Extrañaba tanto el sabor de su piel, de su
aroma, de su presencia, de su sola existencia. Se impacientó y comenzó a andar
más rápido.
Cuando
Gabriel estuvo a unos pasos de ella, extendió también su brazo y sonrió aún más
al recordar el sabor de su piel rozando la de su amada. Cuando estuvo a tan
solo un suspiro de unirse para siempre, cuando tan solo les separaba un átomo
de distancia, entonces el joven comprendió donde estaba, recordó quien era,
como había llegado ahí, y que de hecho ya había vivido todo aquello. Luego,
con el corazón abrumado… despertó.
Y.A.A.S.
El Recolector de Palabras.Para descargar «Las Anécdotas de Gabriel (2/∞)» en PDF haga click en el siguiente enlace.
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