Las Anécdotas de Gabriel (2/∞)

Triste realidad.

Gabriel abrió sus ojos muy lentamente. Estaba en alguna habitación, cerca de ningún lugar, y no tenía memoria de cómo había acabado ahí. Intentó resonar, y entonces se dio cuenta que no tenía ni recuerdos, ni siquiera memorias de haber vivido jamás.  Un incisivo manto de obscuridad abrazaba la estancia, y el joven no podía ver ni su propia mano. Se parecía tanto a la historia de su vida, esa que no recordaba.
Sus pupilas tardaron un instante de más en acostumbrarse a la negrura, cuando divisó una densa luz blanca alumbrar desde el fondo. Entonces comprendió que no estaba en una habitación, era más bien un pasillo, un obscuro pasillo angosto.
Intentó gritar, pero había olvidado como gesticular una palabra, y estas habían optado por escapar de su boca en silencio. No sentía sus piernas, pero comenzó a caminar. Se acercaba con cada paso hacia la luz. El motor que lo empujaba podía ser la curiosidad, el temor, o la tradición popular de seguir la luz al final del camino, pero lo que fuese, no podía saberlo, porque no sentía nada. No sentía nada más que la ansiedad de haber olvidado algo, de haber perdido algo, pero no recordaba el qué. Intentó tocar las paredes de aquel pasillo pero la obscuridad se tragaba su mano y un agrio escalofrío le recorría los nervios que creía muertos.
Con cada paso aquella luz se tornaba más brillante y lo cegaba el doble. Debía tapar su vista con su palma para no dañar las últimas gotas de vida que tenía en los ojos. Estando un poco cerca divisó algo al centro de la luz blanca, era el contraste de una persona, de pie delante de él. La luz alumbraba a las espaldas de aquel enigmático sujeto. Entonces fue cuando el temor arropó el alma del joven y prefirió correr. Necesitó estar más cerca para diferenciar que, la persona al final de camino, era una mujer. La silueta se le hacía conocida en su mente y en su corazón, pero no le reconoció. Exprimió cada suspiro de fuerzas que le quedaba en el alma y apresuró el paso. Fue hasta que mató suficiente distancia cuando reconoció perfectamente aquella silueta a contraluz… aquella alma. Se detuvo de golpe de la impresión y su corazón comenzó a brincar tan fuerte como podría hacerlo. Intentó gritar de nuevo, pero apenas un aullido escapó de su boca.
-Poli… -susurró.
Entonces la memoria, los recuerdos y el sentimiento le llegaron de golpe. La muchacha, sonriente hasta el final, extendió su brazo derecho con la intención de entrelazar sus manos, como lo habían hecho ya con sus almas. Gabriel comenzó a andar a paso lento. Estaba nervioso, aturdido y contrariado. Sonreía y sus ojos gritaban lágrimas de felicidad. Extrañaba tanto el sabor de su piel, de su aroma, de su presencia, de su sola existencia. Se impacientó y comenzó a andar más rápido.
Cuando Gabriel estuvo a unos pasos de ella, extendió también su brazo y sonrió aún más al recordar el sabor de su piel rozando la de su amada. Cuando estuvo a tan solo un suspiro de unirse para siempre, cuando tan solo les separaba un átomo de distancia, entonces el joven comprendió donde estaba, recordó quien era, como había llegado ahí, y que de hecho ya había vivido todo aquello. Luego, con el corazón abrumado… despertó.


Y.A.A.S.
El Recolector de Palabras.

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